Hay un tiempo interiorizado que se deshilacha y se contrae: es sustancia cristalizada o volátil. La poesía es lo que genera ilusiones de manipulación del transcurrir perenne. Donde el viento no es respiro, de Aline Gonçalves, es un libro lleno de radiancia, pero también de cierta dureza de lo rocoso. Lo etéreo y lo natural están conjurados: el agua, el aire y la luz con relación al cuerpo, al gesto, al movimiento. En un registro de síntesis, la autora compone un estado de ánimo singular: aquel en el que nos encontramos en transición, en el entre de las cosas. Aquí, descubrimos huecos y grietas, silbidos del viento, invasiones de la luz, respiración en la fluencia ininterrumpida de las aguas. Lo que Gonçalves provoca es, en suma, la suspensión temporal, gratificante en el sentido de reinvención, cuando por un segundo nos convertimos, irrefutable verdad poética, en “una otra substancia/casi el encuentro del agua/en el corazón de la gruta/igual a un puñado de sal”.
Léo Tavares
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